«El lugar del hecho es el espacio físico en el que se ha producido un acontecimiento susceptible de investigación criminal con el propósito de establecer su naturaleza e identificar los autores». Se denomina escena del crimen cuando se comprueba la comisión de un homicidio, por lo que en todos los casos en que se produzca el hallazgo de una persona muerta deberá ser así considerado hasta que se concluya lo contrario.
Se adjudica al médico francés Edmond Locard, considerado el padre de la criminalística, haber enunciado en 1910 una de las observaciones de mayor actualidad y relevancia en la investigación criminal, esto es el «Principio de intercambio», el cual dice así: «Siempre que dos objetos entran en contacto transfieren parte del material propio al otro objeto». Locard lo decía así: «Es imposible que un criminal actúe, especialmente en la tensión de la acción criminal, sin dejar rastros de su presencia». De manera que todo delincuente, en el lugar del hecho, deja algo de lo que llevaba consigo y se lleva del lugar algo que no tenía cuando arribó a la escena del mismo. Curiosamente, unos cuantos años antes Arthur Conan Doyle, en 1892 y 1904 le había hecho decir en la novela «La aventura de Peter Black» una frase de igual significado a su personaje, Sherlock Holmes: «Yo he investigado muchos crímenes pero nunca hasta ahora he visto uno el cual fuera cometido por una criatura que vuela. Hace mucho que los criminales tienen dos piernas, dejan huellas, producen alguna abrasión o marcas que pueden ser detectadas por algún buscador científico.» En 1892, en otra de sus novelas, llamada «Caso de identidad», Holmes pronunciaría palabras parecidas. Este genial anticipo del frustrado médico pero genial y exitoso escritor debió merecer mayor reconocimiento.
Otra de las condiciones básicas en la investigación resulta ser la intangibilidad del lugar en donde ha ocurrido un crimen. Intangible es aquello que no debe ni puede tocarse. Por ende el sitio ha de ser delimitado y preservado.
Además, se sabe, el paso del tiempo altera, modifica, desintegra los indicios. La concurrencia al lugar del hecho debe constituir una urgencia médico legal. Por lo tanto inmediatamente después de la ocurrencia de un suceso criminal, cada minuto es importante en la investigación. Una frase clásica, que se adjudica también a Locard, grafica la premura con que se ha de dar respuesta al inicio de la pesquisa: «El tiempo que pasa es la verdad que huye».
Las tres condiciones primordiales enunciadas: transferencia o intercambio, necesidad de preservar el lugar e inmediata actuación, son harto conocidas, incluso por cualquier aficionado a la investigación criminal o a la lectura de novelas policiales, y también por los fans de las series televisivas sobre cuestiones forenses. Sin embargo, pocas veces, o quizá nunca, se cumplen las premisas básicas con el rigor y la profesionalidad que la seriedad del tema requiere.
Permanece en nuestra memoria en relación al caso Candela la imagen televisiva de un investigador uniformado que al realizar la búsqueda de posibles indicios en la basura volcada de un contenedor, pateaba residuos hacia los costados sin orden ni método alguno, caminando sobre los mismos, sin saber qué ni cómo buscar.
Esta irregularidad no es nueva. Arthur Conan Doyle, a quien ya hemos citado, ponía en boca del ilustre personaje protagonista, en «El Misterio Del Valle De Boscombe», una frase que dejaba en evidencia a quienes, con torpeza e impericia, se hacían presentes en el lugar del hecho: «¡Oh! ¡Cuánto más sencillo habría sido todo si yo hubiera llegado antes de que pasara esa manada de búfalos que ha pisoteado todo cuanto hay!»
Los trabajos de Galton y Vucetich en relación a la identificación por huellas digitales o, posteriormente, los asombrosos avances en biología molecular a partir de los hallazgos de Alex Jeffrey y colaboradores en relación a la identificación de personas por una nueva y más perfecta «huella digital», el ADN, provocaron un formidable entusiasmo y una fundamentada esperanza en cuanto al explosivo avance de las ciencias forenses.
Sin embargo, para decepción de muchos, más de cien años después de Locard y Conan Doyle y a más de 30 años de los trabajos de Jeffrey en relación a la importancia del ADN con fines de identificación, poco se ha avanzado en investigación científica criminal y mucho menos en resultados.
El bajo nivel estadístico de éxitos concretos en la resolución de casos en nuestro medio nos provoca una enorme desazón. Las dudas que aparecen durante el proceso obligan a la falta de condena o lisa y llanamente a la absolución de los imputados, en caso que pueda imputarse algo a alguien.
En nuestra provincia la tarea del levantamiento del cadáver en un hecho criminal corresponde a los médicos policiales.
La tarea del médico en el lugar del hecho tiene por objeto fundamental, además de evitar la contaminación del lugar, establecer la probable data de la muerte. Esto es, determinar en que franja horaria ocurrió el óbito. El primer médico en llegar al lugar es quien se encuentra en mejor posición para arribar a ese diagnóstico, denominado «intervalo post mortem». Sin embargo la información elevada para proseguir la investigación, es -en todos los casos- insuficiente, al punto de que jamás en los últimos diez años un médico policial ha informado cuantitativamente la temperatura del cuerpo de la víctima ni la temperatura ambiente al momento del hallazgo. Como estos datos se modifican rápidamente, ya nunca podrá salvarse la omisión y por lo tanto se habrán perdido pruebas de suma importancia en forma definitiva. Sólo la ignorancia o la negligencia justifican ésta omitiva conducta.
No conocer con precisión la hora de un hecho criminal podrá excluir de la escena del crimen al culpable o introducir en ella a un inocente.
Por su parte, las ropas de la víctima presentan, indubitablemente, rastros, huellas, manchas, de enorme trascendencia. Sin embargo las ropas —que deberían ser preservadas y/o minuciosamente examinadas en el mismo lugar del hecho para evitar contaminación innecesaria— son manoseadas y contaminadas por cuanto investigador, familiar o curioso se acerque al lugar. Más tarde igual barrabasada, quizá inadvertidamente, cometerán quienes se ocupan del traslado del cuerpo. Así, nuevas huellas, nuevos rastros, nuevas manchas, que pertenecen a cada una de las personas y a cada uno de los ambientes por donde transcurre el cuerpo —no protegido- se van agregando, cubriendo a las primeras. En estas condiciones llega el cadáver al Instituto Médico Legal en donde se siguen sumando contaminantes. Al final del camino el cuerpo y las ropas llevan consigo rastros pasibles de ser estudiados de no menos de diez o quince personas y cuatro o cinco lugares diferentes. Por eso el cuerpo y las ropas que en aquel primer momento presentaban rastros y huellas del homicida, ahora presentan decenas de rastros que cubren las primitivas y trascendentes improntas del matador.
En la investigación de las muestras con ADN levantadas en el dormitorio donde se halló muerta a Nora Dalmasso en Río Cuarto, debieron ser estudiadas además de los sospechosos a «28 personas que estuvieron en la escena del crimen tras el homicidio y que debieron someterse a extracciones de sangre, entre ellas el propio fiscal de la causa, Javier Di Santo, un sacerdote, los forenses y familiares de la víctima».
No es casualidad que en los asesinatos seriales cometidos con fines de robo en la zona del Parque Independencia, no exista ninguna prueba de absoluta certeza que coloque al principal sospechoso en la escena del crimen. Esto ocurre porque debido a ignorancia y negligencia no se obtuvieron indicios útiles en la escena del crimen. La División de Genética Forense que depende del Poder Judicial de Santa Fe debería trabajar en nuestra ciudad diez veces más si el lugar del hecho fuera trabajado con idoneidad.
Hemos llegado a extremos poco creíbles en cuanto a deficitarias técnicas de investigación. En época muy reciente, en Rosario, un médico policial, en una noche de verano, examinó el lugar donde ocurriera un homicidio y el cuerpo muerto de la víctima con una vela por no disponer, según dice en su informe, «de luz natural ni artificial». Este hecho fue documentado por escrito en el acta de práctica.
Es verdad que los médicos que concurren al lugar del hecho no disponen de los recursos técnicos mínimos necesarios, pero no es menos cierto que el costo de una fuente de luz y/o de un par de termómetros adecuados no es excusa para justificar un trabajo deficiente, que además pone en riesgo el prestigio profesional y lo expone en el corto plazo, a un reproche judicial por negligencia médica atento a la ineludible responsabilidad profesional sobre la prueba irremediablemente perdida.
Pero que puede esperarse de la investigación policial de la escena del crimen en un país en donde cientos de especialistas no pudieron encontrar en tiempo y forma ni siquiera el propio lugar del hecho. La relectura en los medios del caso Pomar sigue provocando escalofríos.
El fracaso de nuestro sistema de investigación se debe, entre otras cosas, a la escasa profesionalidad y preparación de la mayor parte del recurso humano a cargo de la investigación biológica en el lugar del hecho. Escasa preparación potenciada por un exiguo nivel de compromiso y la ausencia de decisión política para modificar con urgencia una realidad preocupante.
(*) Médico forense
lcalonso@telnet.com.ar
http://www.lacapital.com.ar/opinion/Lugar-del-hecho-20120113-0016.html