Scioli ganó su primera batalla
Sin haber comenzado los primeros actos de gobierno, las autoridades provinciales sufrieron su primer traspié dentro de la telaraña de la política, habían perdido el territorio; los muchachos de La Cámpora, que tienen un conocimiento del terreno de la lucha ideológica mucho más amplio que los laderos de Scioli, les ganaron de mano
POR MARIO BAUDRY
Sin haber comenzado los primeros actos de gobierno, las autoridades provinciales sufrieron su primer traspié dentro de la telaraña de la política, habían perdido el territorio; los muchachos de La Cámpora, que tienen un conocimiento del terreno de la lucha ideológica mucho más amplio que los laderos de Scioli, les ganaron de mano.
Comenzaba la jura de los diputados electos de la Honorable Cámara provincial y los funcionarios sciolistas miraban con estupor, sin poder creer el error que habían cometido; regalaron todo el territorio de la Cámara a los muchachos de La Cámpora, los palcos estaban repletos de banderas mariottistas y el fervor que emanaba desde allí ante la jura de cada uno de los diputados del kirchnerismo distaba mucho del frío recibimiento ofrecido a los hombres del Gobernador.
La indignación de los sciolistas los hizo reaccionar en forma tardía y torpe; mandaron a sus muchachos, más apegados al sueldo que a la ideología, a copar territorio. El intento fue en vano; ante la primera arremetida, un militante perdió un dedo, y cuando, en la primera escaramuza, los muchachos, como dicen en el barrio, “pelaron los fierros” se produjo la retirada, no sin antes sentir la desazón de la derrota.
El arquitecto de la estructura sciolista juró venganza, previo llamado de atención a los organizadores del acto: ¿cómo se les había escapado el detalle del territorio, y se lo habían regalado a los muchachos kirchneristas? El arquitecto se prometió que esto no volvería a pasar, y comenzó la operación “Naranja”, como la llamaron los mariottistas.
Era la mañana del día lunes 12, jura del Gobernador; era un día cálido, de pleno sol, un día evidentemente peronista. Un grupo de militantes sciolistas enfundados en sus armaduras anaranjadas desembarcó en los palcos de la Legislatura, había entrado incluso antes de que la seguridad abriera las puertas. La sutileza de la operación había dado resultado; sin ningún incidente, el arquitecto había logrado su objetivo; sin ninguna escaramuza, conquistó el territorio; cuando llegara la hora señalada, todo se iba a teñir de naranja; sólo restaba una cosa: resistir.
Minutos antes de comenzar el acto, los ministros del gobernador Scioli vieron con desazón que no tenían lugar para estar; trataron de ingresar en los palcos y no pudieron, pero nadie se animó a desalojar a los muchachos vestidos con sus armaduras anaranjadas.
Los muchachos de La Cámpora entraron en pánico; habían perdido el territorio, cómo le explicaban a su Jefa que el arquitecto les había ganado de mano.
En segundos comenzó el operativo Reconquista. Llamaron a los muchachos del primer pelotón, alistaron a militantes que iban preparados para la batalla con mucho más que ideología y comenzaron la avanzada por una escalera doble, para retomar el territorio, pensando que era una tarea fácil. Cuando llegaron a la zona de palcos intentaron ingresar a los gritos, con prepotencia y algún fierro en mano, pero el arquitecto les tenía preparada una sorpresa: de atrás de una puerta salió el primer bastonazo, y fue a parar al rostro de un militante camporista que había intentado hacer punta de lanza.
La Infantería de la Policía de la provincia de Buenos Aires, que se había parapetado en la zona de los palcos, salió a contener la situación. La orden había sido clara: una vez que los palcos estuvieran completos, no tenía que entrar nadie más.
Los escuderos vestidos con sus armaduras naranjas miraban como simples espectadores cómo los uniformados mantenían a raya la avanzada de los cruzados de La Cámpora. Después de unos cuantos golpes de bastón, varias caras rotas y algún internado por los traumas, el objetivo se había cumplido: habían resistido la avanzada camporista, la jura del Gobernador era una fiesta, los palcos eran color naranja y los aplausos eran todos para su líder.
Cumplido el objetivo, había que salir a contener el daño político, algún perejil tenía que hacerse cargo de los golpes; como es costumbre, le echaron la culpa a la Policía, los funcionarios sciolistas salieron a gritar a los cuatro vientos que había que echar al responsable.
La satisfacción por la victoria se les notaba en el rostro: los palcos en la jura del Gobernador habían sido sciolistas, La Cámpora recibió los heridos y las culpas se las llevó la Policía. Pero el mensaje de fondo fue claro para La Cámpora.
Después de la desazón de la primera derrota en territorio bonaerense se dieron cuenta de que los muchachos de anaranjado estaban dispuestos a todo para frenarlos, y no iban a escatimar recursos del Estado para lograrlo, sin importancia de quién pagaría los platos rotos.
http://www.agenciacna.com/2/home_1.htm